Kinestesia

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"El humo llena nuestra cabeza, aunque nosotros mismos no lo sepamos. Inunda cada rincón y siembra dudas. He aquí el origen de los sueños, el origen de la vida, de nuestros sentimientos y de cualquier cosa que a tu mente inundada de humo se le ocurra imaginar" -D.







Había humo de cigarro nublando la vista. La apuesta subía. El recuerdo de su mujer no daba siquiera una mínima ronda por su cabeza. Las copas hacían tambalear la vista de cada jugador. La apuesta subía otra vez. La música se colaba por entre los huesos, cada ser, cada mente. Era la última ronda. No quedaba nada más que apostar, no quedaba nada más que beber, y no quedaba nada con qué pagar la bebida. Que les echaran de su bar favorito no parecía una idea agradable a esa hora de la madrugada.
_Voy con todo_ dijo muy seguro.
Una sonrisa se dibujó en los finos labios del hombre frente a él.
_Mi querido amigo, he de deciros que ha sido un enorme placer jugar con vos. Pero la velada ha finalizado_ escupió al mostrar su juego perfecto.
Palideció de golpe. Había perdido todo. Estaba demasiado ebrio para alegar cualquier cosa y no sabía siquiera dónde encontrar el baño para vomitar por última vez. No es que tuviera algo en el estómago que vomitar, había gastado el sueldo de los últimos cuatro meses en el juego.
_Joaquín, creo que es momento de que regreses a tu casa. No te ves nada bien_ le susurró al oído su mejor amigo
_No.. _balbuceó_ Mi mujer, está con otro... Es.. tan solo una..._
_Vamos, Joaquín. Levántate. Te llevaré a tu casa_
_ ¡No! Ya te he dicho que ... Jamás podrá... ganarme.. ese deshgraciado hijo de..._ Cayó de bruces al suelo.
Poco a poco, medio abrió los ojos en una cama de hospital. Tubos saliéndole de los brazos y el suero fluyendo gota a gota. No seguía en el bar pero aún podía ver la nube de humo.
_Joaquín. ¿Puede oírme?_ dijo una voz conocida _Parece ser que esto ha terminado aquí. Debo decir que, tristemente, esto no me duele. Ya había terminado antes. Mi sentimiento estaba muerto. Sabes el resto_
Cerró los ojos de nuevo y pudo escuchar las gotas de suero caer dentro de su bolsita de plástico transparente. Una a una, poco a poco. Tan distantes del mundo. Sentía el líquido entrar en su cuerpo, circular libremente por sus venas, llegar a sus entrañas inmóviles. Parecía no haberse movido en mucho tiempo. No podía ser real. Su mujer le amaba.
_¿Qué?_ alcanzó a articular
Su mujer estaba saliendo cuando regresó como si algo se le hubiese olvidado.
_ ...El divorcio, Joaquín, hubiera sido aconsejable antes de cualquier otra cosa, pero... _
_Es.. ¿Que acaso ya no me amas? Ni siquiera, por lo menos... ¿Me quieres? ¡Qué va! ¿Me aprecias, me estimas?_
 _ ...He superado cualquier sentimiento que pudiese haber tenido hacia ti. Pasé por el estúpido enamoramiento, sucediéndole el dolor y la depresión extrema. Pasé por el más cándido odio, sentí rabia. Mi ira se calmó y he terminado en una indiferencia imborrable. No hay más dolor... _
_Indiferencia. ¿Así debe terminar? _
_ ...Siempre hubo alcohol de por medio. Alcohol e indiferencia. Bella combinación. Hasta nunca, Joaquín_
Una lágrima rodó por su mejilla al escuchar los tacones lejanos. Se sentía morir, debía morir. Levantó una mano y alcanzó el botón del bypass. Lo presionó sin titubear. Sintió los párpados caer lentamente. El ruido de las máquinas se fue apagando y se sintió flotar. Era ahora más liviano que el mismo aire que entraba a sus pulmones. Miles de ideas pasaron por su cabeza. Todas se concentraron, finalmente, en una sola. Era su mujer la culpable de todas sus desgracias. Nada había vuelto a ser como antes desde que ella le hubiera engañado hábilmente con el tipo de los labios finos y el traje caro.Y ahora le dejaba. Ella tenía la culpa de que se hubiera sumido en el alcohol y el juego. Era acaso tiempo de cobrar las cuentas, pagar las deudas e irse a casa. No era tan difícil. Una sola vez mas. Recobró las fuerzas suficientes, la voluntad volvía a su cuerpo al igual que su peso. Podía hacer una última cosa antes de darse un tiro. Una última cosa.
Se levantó. Miró a su alrededor, seguía bloqueando su vista una densa niebla blanca. Atravesó la puerta, el pasillo estaba vacío. Salió del hospital y se dirigió a su casa. Sintió el asfalto debajo de sus pies. La dura roca le raspaba los talones, el aire agitaba su cabello lleno de sudor y restos de alcohol. Escuchó atentamente el cantar de los pájaros. El susurro de la brisa. Sintió el sol pegarle de frente. Ni un solo ruido rompía la armonía. ¿Dónde quedaba su casa? ¿En dónde estaba? ¿Hacia dónde seguía?
_Adiós Joaquín_ susurró alguien a sus espaldas. Giró la cabeza. No había nadie.
Debía seguir hacia adelante. Todo hacia adelante. La segunda calle a la derecha, después del octavo semáforo. Aún le quedaba bastante camino por delante, pies descalzos y alma abierta. Una sed de venganza disfrazada de tranquilidad. Quizás pasaría por la pastelería y le compraría uno de esos pays a la destructora de su vida. Un último gusto antes de morir. Es un mundo extraño. Quizás solamente le atestaría una cuchillada. No por la espalda, no. Debía verla a la cara. Sería una oportunidad que no debía perder. Había recorrido ya medio tramo sin darse cuenta. Ya no sentía las piedras a su paso. Miró al cielo y escuchó un saludo a su lado. Le devolvió la sonrisa a un chico que regaba su jardín, éste le hizo una pregunta. Se acercó un poco para escuchar mejor y se dio cuenta de que no era a él a quien le hablaba. Miró al otro lado de la acera y vio al vecino de tan aparentemente amable joven que soltaba una risotada seguida por la del otro. Se sintió ofendido por tan cruel burla a su distracción y continuó su camino. Quizás no pasaría por el pay. Gastar su dinero en alguien que habíale hecho tanto daño parecía más bien hipocresía. Gastar su esfuerzo y energía también, pero era más satisfactorio. Miró de nuevo al cielo mientras caminaba. Comenzaba a hacer frío y las nubes anunciaban lluvia. Definitivamente no iría por el pay. El piano de una casa cercana daba un aire melancólico y bohemio al ambiente. No había gente en la calle. Había pasado ya siete de los semáforos y el último de ellos se vislumbraba lejano.
_Adiós Joaquín_ escuchó a sus espaldas. Miró con el rabillo del ojo, discretamente. No había nadie.
Dobló a la derecha al llegar al último semáforo, los pies le pesaban. La tercera casa de la izquierda. La casa de las cortinas azules. Las ventanas seguían abiertas. La dueña de su vida estaba en casa. La mujer que le mantenía con vida había dejado de hacerlo y parecía haberse empeñado en arruinarle. Al acercarse pudo escuchar una voz masculina y la risa que tan bien conocía. Una risa cálida que le helaba la sangre y le hacía estallar la cabeza. Tomó las tijeras del jardín, aún mojadas y subió la escalera. Aquélla puerta siempre estaba abierta, siempre. Uno por uno los escalones, con cuidado. Sin hacer ruido. Hoy la puerta no estaba abierta. Agobiado, se quedó allí parado por unos momentos. ¿Por qué la puerta no estaba hoy abierta? Finalmente optó por la segunda opción, la ventana.
La casa se sentía igual que siempre, igual que nunca. Las mismas flores en el mismo florero, en el mismo lugar. Nada parecía haber cambiado. Nada excepto una cosa. Su presencia allí ya no era deseada, ya no era necesario. Ya no era su casa. ¿De dónde provenía la risa cálida y la voz masculina?
Subió las escaleras. Cuidado. Cuidado. Casi tropieza al llegar arriba. En la recámara podía verse el tenue resplandor de velas. Ya había comenzado a obscurecer, lloviznaba. Un trueno interrumpió el silencio. La mujer soltó una exclamación y luego rió. A su risa se unió la otra y conformó un coro infernal para el celoso corazón.
_No lo hagas, Joaquín_ dijo alguien a sus espaldas_ No te agradará el resultado_ giró la cabeza violentamente, con las tijeras en las manos, dispuesto a atacar al dueño de la voz. No había nadie.
Irrumpió, desesperado, en la habitación. La que alguna vez fue dueña de su vida volteó, asustada.
_Esta vez, Virginia, no has de salirte con la tuya. Pudiste ser por siempre mi princesa. Pudiste hacerme por siempre tu esclavo. Pudiste. Pero no lo quisiste, y ahora... Ahora no soporto el que otro te posea. ¡Al diablo!_ se abalanzó sobre ella, las tijeras hacia su fino cuello. Ese cuello había sido dueño de toda su pasión, cuna de sus besos. Sus sueños se habían condensado en aquel cuello para terminar siendo la perdición. El metal que sostenía en las manos le libraría de ese cáncer espiritual tan doloroso, la sangre que saliera lavaría sus heridas. Sentiría alivio después de ello. Lo atravesó, casi sintió la piel rasgarse, pudo escuchar la débil exhalación que logró emitir su víctima. Atravesó su cuello pero no salió una sola gota de sangre.
Virginia cerró la puerta tranquilamente. Miró de nuevo hacia la habitación y le sonrió a su amante.
_No fue nada cariño_ dijo el hombre de finos labios sentado en la cama, devolviéndole la sonrisa _Es sólo el viento. No te asustes_
_He estado un poco asustadiza últimamente_
_Después de tanto tiempo. Se que te costó trabajo tomar la decisión, siempre es difícil. Pero sabes que fue lo mejor_
_Lo sé, y aún así lo siento cerca_
_Es tan sólo una vaga sensación. Se pasará_
_Me siento culpable, lo último que le dije... _
_No te sientas así. No lo mataste. Una muerte cerebral es prácticamente muerte total. Ya estaba muerto. Hiciste lo mejor al presionar ese botón_

4 elefantes:

una más... dijo...

=0 inesperado final!!!Fue ella!!!
Sigue siendo un placer descolgarse por tus relatos.. un abrazo enorrrme!

Max dijo...

Fantástico y desgarrador relato. Suspense, pasión, y excelente ambientación, casi cinematográfica. Escribes divinamente.
Ha sido un placer encontrar tu casa.

Besos

Tish dijo...

Wow, muy buen texto, a decir verdad; un maravilloso relato, ay! de aquellas pasiones que matan!!!... me encantan tus finales nenizz!!! sigue así...

Anónimo dijo...

Sólo me quedan 6 fichas y un (U) que apostar en esta última mano!