Levitaciones y tiempo

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"La inspiración se prostituye a veces a muy bajo precio, también hay veces en que se larga sin cobrar" -D.




Quizás nunca despertó del sueño en el que se sumió. Quizás descubrió la infinidad de estrellas que habitaban dentro de su manga. Pero tal vez tan sólo miró al cielo y sintió su cuerpo elevarse por entre las nubes, el aire rozar su cara y sus pies desnudos. Vió su vida pasar, también árboles y pájaros debajo de él. No era una ascención al paraíso, probablemente caería de golpe en cualquier momento y sentiría los carbones ardientes chamuscar su piel. ¿Su piel? ¿Su espíritu? ¿Tan sólo su carne? Nada. Un respiro, un último suspiro. Un chasquido, el recuerdo de un destino. Había brincado al abismo, se había arrojado hacia aquel ente oscuro que le engulliría masticándolo y rompiéndolo en pedacitos. Sin mirarlo, ni siquiera se daría el lujo de saborearle, sentir su pequeño cuerpecito estrellarse contra los dientes en su fondo. ¿Para qué? ¿Qué le haría merecedor de tan bella concesión?
Recordaba aquella mirada azul mientras caía entre obscuridad. La tersa piel, el sedoso cabello y el sarcasmo cortante. Oh, qué bella se le figuraba ahora toda su presencia, toda ella. Era la encarnación de su pensamiento, la viva imagen de las pinturas que había hecho sin conocerla, la sutil mezcla de defectos y virudes que, a su parecer, conformaban la perfección. Y se la habían robado.
¿Qué habría al final de su caída? Piedras, pasto, agua quizás, en el peor de los casos. Se había arrojado casi sin quererlo. Con los ojos cerrados y la espalda hacia el vacío. Sintió cómo el aire le había empujado suavemente con su mano de seda.

Y abrió los ojos. No era la mano de seda  de una brisa tenue y sutil lo que le había empujado desde la orilla. Sus ojos brillaron con aquél fulgor azul que tanto amó. La piel se veía más blanca a la luz de la luna y sus negros cabellos volaban como murciélagos alrededor de ella. Vorágine, vértigo al caer de espaldas. Ahora sentía miedo a la muerte. No se estaba suicidando. No había sido una decisión suya el caer de espaldas hacia el abismo, su alma seguía parada junto a ella, observándole bajar flotando como una pluma por entre las rocas salientes. Esperaba estupefacta su final, le miraba y ondeaba un pañuelo blanco como despedida. Ya estaba demasiado lejos ¿Cuánto tiempo llevaba cayendo? No podía ver si lloraba siquiera. Su visión se había tornado borrosa y ella parecía un punto blanco que se alejaba entre imágenes de infancia y pubertad infelices que sucedieron al cuadro de su cuerpo en un ataúd de roca.
Déjate caer. El viento le sumía con su dulce mano de seda, cerró los ojos de nuevo. Lloró. ¿Cuánto tiempo llevaba cayendo? Su amada le mataba después de mil y un caprichos concedidos, uno de ellos asistir a la ceremonia pagana de Luna Llena en que se hayaba cómoda. Traicionó su vida pasada, traicionó su porvenir. Llenó su cuerpo de excesos por ella, tatuó en su alma un símbolo de fidelidad hacia su esbelta figura y sarcasmo constante. Vivió como jamás planeó vivir, como jamás fue su sueño hacerlo. Sacrificó cualquier comodidad occidental, terrenal para vivir con ella, como ella. No fue correspondido tal sacrificio y ahora se hallaba cayendo por un túnel de obscuridad infinita, ¿cómo saber que era un túnel?, de extensión desconocida. Vivía la definición de la palabra infinito, sentíase capaz de plasmar la sensación para transmitirla a la humanidad. ¡Oh, gente banal que ha vivido en un engaño por milenios! ¡Error fatal el de un diccionario al encasillar algo tan enorme e indescriptible como el infinito en unas cuántas líneas! ¡Error fatal el de los humanos al definir cualquier cosa en meras palabras, símbolos carentes de valor alguno! Apretó los párpados y los puños, clavándose las uñas. Sintió correr un líquido que le salpicó los pies desnudos. Estaba cayendo, no puede algo escurrirle y mojarle los pies.
Abrió los ojos y se encontró parado al borde de la cornisa. Su equilibrio comenzaba a fallar y tuvo que dar un paso hacia atrás. No había viento, la hierba no se movía. Miró al cielo y pudo ver un cuervo detenido en pleno vuelo. ¿Qué sucedía? El aire no circulaba por sus pulmones y sin embargo no se sentía asfixiar. El infinito por el cual caía dejó de empujarle hacia abajo, no había nada que le retuviera en aquélla sensación ¿O lo había todo? El equilibrio no debía romperse. La total existencia está basada en un equilibrio invisible y autómata. Quizás estaba ya tan pegado a la tierra que... Si él estaba allí, parado en la orilla del precipicio, ¿Quién caía?
Dio un paso hacia adelante y miró a lo que esperaba fuera obscuridad. En un ángulo agudo se encontraba cayendo su amada joven de la piel de leche, ojos de cielo y cabellos negros. Los brazos extendidos, pero no como cualquier persona a punto de caer, intentando aferrarse al ser que le empujó; sus brazos tenían una gracia elegante y resignada. Parecía disfrutar sus últimos segundos atada a la tierra, bailar hacia el infinito. Quizás... había descubierto su engaño y se privó de cualquier sentido. Al privarse se detiene el flujo del tiempo y el sonido ¿Sucedió? Parpadeó. La cara le sonrió y el tiempo decidió continuar con su curso normal. Fue un arranque inesperado, insensato, agresivo. Cayó como recuperando los momentos en que estuvo estática.
Quizás nunca despertó del sueño en el que se sumió. Quizás descubrió la infinidad de estrellas que habitaban dentro de su manga. Pero tal vez tan sólo miró al cielo y sintió su cuerpo elevarse por entre las nubes, el aire rozar su cara y sus pies desnudos. Recordaba aquella mirada azul que se sumía en obscuridad. La tersa piel, el sedoso cabello y el sarcasmo cortante. Dio un paso al frente, pero sintió cómo el aire le había empujado con su tersa mano de seda.




"Déjate caer. La Tierra es al revés. La sangre es amarilla, déjate caer..." 

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