El Pecador

Author: Devendrah /


 "Lo que hacemos de propia mano por el bien de otros, a sus espaldas, es lo que resulta peor para ellos" -D.



Cuando encontró a su hijo en pleno acto se le subió el fuego a la cara, se le condensó el sentimiento y comenzó a precipitársele en cuanto corrió a la calle, se metió a la cantina y se bebió las botellas en dos tragos. Su hijo, su sangre, su heredero, la continuidad de su apellido, los nietos que no nacerían, las risas cruelees de la gente del pueblo, lo imposible que resultaría olvidar la imagen del primogénito entre sábanas pegajosas de sudor puramente masculino. Y las manos. Las manos de su niño enlazadas con las del otro en un abrazo  infame, impuro, imborrable. Una tela le rozó la pierna y lo inundó de perfume barato. Sintió caireles caer en su nuca y una voz le susurró.
-Cariño, no hay razón para llorar así cuando habemos Gracias aquí presentes.
Se dice que la verdad sale de los labios de un niño o de un ebrio y aquel hombre medio borracho de ira y de vino necesitaba un oído sobre el cual descargar su llanto verbal; el alcohol le ayudó a soltar la lengua y esa mujer escucharía.
-Encontré a mi hijo en la cama con otro hombre.
-¿Y eso te parece tan grave? Creo que tiene solución y es muy sencillo.
-¡No! ¡Mi hijo se quemará en las llamas del Infierno junto con los asesinos, violadores y herejes! Dios descargará Su ira en mi familia y en el alma de mi niño, que sufrirá por la eternidad para pagar su pecado.
-Algo duro, sobre todo para alguien de la misma sangre...
-¡Lo suficiente! Podría estangularlo, sacarle los ojos y cortarle esas manos sucias y sodomitas.
-Sería mejor que le cortaras la cabeza. Si predicas el amor al prójimo, la tolerancia y el perdón con tu doctrina ¿no podrías perdonar a tu propio hijo el ser diferente?
-Hay pecados para los que no existe penitencia suficiente.
-¿Y si sólo fuera una confusión adolescente? ¿Lo perdonarías?
-Podría hacerlo si se arrepintiera.
-Puedo ayudarte.
-¿Cómo? ¿Eres, acaso, Dios?
-No. Soy una mujer que ha logrado revertir lo que creen que Satán hace eterno.
-¡Eres un milagro hecho carne! ¿Me ayudarías a cambiar a mi hijo? Eres la única opción de que su alma no perezca en manos del Diablo. ¿Cuál será el precio?
-Lo haré por misericordia- sonrió.
Amó su sonrisa, tomó su mano y le agradeció desde el fondo de su corazón. Permaneció unas horas más en la cantina hablando con unn hombre que con la suficiente carga de alcohol le confesó que su hijo había pasado por lo mismo en algún momento pero, gracias a la mujer milagrosa, se había curado. Ahora era asiduo cliente de la viril cantina y ocupaba seguido el servicio de la mujer que lo salvó. Jamás podría agradecerle lo suficiente.
Suspiró, bebió el último trago y se tambaleó a casa.

No vio al pecador hasta después de algunas semanas. Sería por vergüenza, por rencor o cualquier otro motivo, pero el joven no había vuelto a casa y su madre no sabía el por qué. El padre permanecía sentado mirando el fuego extinguirse, pensando que si la mujer tenía éxito en la empresa, el alma de su hijo no se vería reducida a calidad de leña. Las lágrimas de su mujer parecíanle invisibles y volátiles, nada importaba como la salvación del alma, el temor a Dios.
Cuando el primogénito abrió la puerta, los ojos del padre se iluminaron en la búsqueda de la verdad en los del hijo. Tenía miedo, podía estallar su rabia al saber que nada había cambiado o podía romper en llanto al ver que su hijo solamente había tenido un desliz imbécil, típico de adolescente curioso.
-Padre, lo siento.
Cayó al suelo, de rodillas, y comenzó a sollozar.
-¡Hijo mío! ¡Hijo mío!
-Lo lamento mucho.
-¡Prométeme que no volverás a hacerlo! Promételo porque de ello depende si tu alma llega al Reino del Señor.
-Lo prometo.

Coincidiendo con la historia del hombre que solpó la lengua en la cantina, su hijo comenzó a frecuentar la cantina. Algunas mujeres, olorosas a colonia pútrida, con los labios marchitos pintados de rojo, insistían en llevarlo a una habitación, pero él se conservaba en su sitio hasta que llegaba la Gracia.
Tranquilo, su padre, lo dejaba y volvía al trabajo en el molino. Si seguía así, quizás algún día Dios lo perdonara. Cuando se casara y consumara su matrimonio, engendrara hijos, le diera al nieto su nombre y luego hiciera, con brazos fuertes, la casa, se sentiría realizado como padre.

Un día, al salir del trabajo, se encontró con un puñado de gente arremolinada en un callejón paralelo al de la cantina. Murmuraban cosas, discutían, pero la mayoría compartía un semblante perplejo y de asco, como si hubiera muerto allí un hombre con cabeza de caballo.
-¿Qué sucede?- preguntó a uno de los hombres que conocía
-Al parecer asesinaron a la Gracia
Sintió claramente cada una de las vueltas que dio su tripa estomacal hasta quedar hecha un nudo perfectísimo, pesado e inmóvil.
-...la Gracia. No, debe ser otra. No puede ser la Gracia- dijo con la voz en un hilo- ¿Por qué ella?
-Una de las chicas comenzó el chisme ayer. Dijo que la Gracia no era precisamente una "ella", que un día la había descubierto fajándose antes de comenzar el turno-
El nudo se volvió masa de vísceras y éstas, a su vez, en masacrado cadáver que se caía a pedazos.
-Eso es imposible- dijo el padre
-Al parecer no. No sólo mataron a la Gracia, si no a su compañero, hijo de un cliente frecuente de la cantina. Dicen que fue el dueño, enojado no sólo por enterarse del verdadero sexo de la Gracia, si no por tener en un cuarto a un par de..
No quiso escuchar el resto. Se abrió paso a empellones hasta llegar al centro de la  bola de gente. En el medio de todo yacían dos cuerpos cubiertos por una sábana sanguinolenta. Al instante, los murmullos se apagaron e hicieron espacio a un silencio hiriente. Dios no le daba la fuerza para levantar siquiera una esquina de la sábana. ¿Dónde estaba Dios?
-Dios, por favor, dame la fuerza. Sólo ahora, por favor- susurró
Acercó la mano temblorosa, creyendo saber lo que encontraría. Se equivocaba. Debajo del lienzo halló a la Gracia, la "mujer" que había prometido salvar a su hijo de las garras del Demonio y que finalmente lo había llevado de la mano hasta allí, deshecha en cortes profundos de carnicero. Y a su lado, su hijo molido a golpes, atestado por el martillo de Dios.
Miró al cielo, gritó una maldición y rompió a llorar abrazado al cuerpo de su hijo, sabiendo que intentando redimirlo, lo había enviado a las fauces de Satán, condenándose él mismo por no respetar los designios de Dios, interpretándolos como lo más vil y anti natural del mundo.

1 elefantes:

Laura Sofía Rivero -Cariño- dijo...

Me encantó el cuento. Un tema muy bueno que muchos olvidan por encasillarse en el amor y la muerte tradicionales.
¡Y aquí están! Pero de una manera maravillosa.
Me encantó, hermana Liz.
¡Un beso!