"Era tanta su alma que sintió la necesidad de dejarla en otro lado" -D.
Otro escalofrío y una sacudida involuntaria al intentar
reprimirlo. No, debía controlarse. Un frío en la nuca. El vestido comenzó a
caerse a pedazos como podrido, la cara sin ojos despertando, moviéndose
frenética en un intento de liberarse del lienzo que la aprisionaba. Las garras
de mármol se extendieron en vano para alcanzarle la cara, pero su corazón se
encogió de horror. Los cabellos negros volaron fuera del cuadro. Una vez más la
lámpara comenzó a oscilar sobre su cabeza haciendo un ruido que parecía eterno
fulgurar de isótopo. Su tímpano se dividió en mil y cada trozo voló y se posó
en la palma abierta de la mujer del cuadro. El retrato de los ojos presenciaba
la escena desde su cristal, inmune. Los demonios volvieron y le apuñalaban la
cabeza desde dentro. La caja, el arcón, la promesa. Corrió hacia la habitación
y abrió el baúl. Revolvió ropas de encaje, pañuelos de seda, telas extrañas con
estampados gitanos y cuando por fin halló la cajita se le escapó de las manos y
fue a dar a un rincón, debajo de la mesa de siete patas con la vela eje y el
mantel giratorio, una naturaleza muerta tan viva.
-¡Edvard!
Una mujer de dos cabezas se hallaba cómodamente instalada en
el sillón carmín mientras su hija miraba por la ventana el ocaso de las almas,
los cuatro ojos observaban tranquilamente el rostro de un René que no era una pipa.
-Ese vestido no le pertenece- susurró él, presa del miedo
-¿Qué hace usted con ese vestido puesto? ¿No ve usted que el ocaso se acerca y
las flores están a punto de levantarse de sus aposentos? ¡Mujer, levántese y
deje ese vestido, que no le pertenece! Las arañas vienen, puedo escuchar sus
patas como pequeñas agujas perforando el pavimento. Y las estrellas se han
caído del cielo, rodando desde el infinito obscuro envueltas en llamas. Fuego
que vuela, árboles de manzanas celestes, hojas de plata.

-Te amo.
La pincelada final, una escala atonal y mil cuervos rodeando
su mano con la paleta pegada. La mujer de la fotografía desaparece por
completo, la casa en llamas y el cuadro mirándole desde una eternidad lejana.
Esos ojos muertos que regresaron de la tierra y los gusanos, hijos de la
podredumbre. Baudelaire y sus putas brindando por el retorno de la hija pródiga
de los infiernos. El fuego lamiendo dulcemente sa peau qui ne sent plus à cause de la doleur para arrebatarle la
vida a fuerza de llagas y otorgársela al retrato. La cera se despega del
lienzo. ¿Cera? Lucha por revivir, revuelve mundos y debe saldar la deuda, los
ojos no son los mismos. Después de la tumba, jamás lo son. Tienen el mismo
color, las mismas pestañas, la misma vida, pero no los ha creado el mismo
pintor. La piel se estira y colapsa. Un ente de café llena el techo y él no
puede despegar la mirada de su propia piel carbonizada. Asciende al averno y
mira a los ojos del infinito, éste le da la espalda.

Imágenes:
Personaje. 1961. Remedios Varo
Street Scene. 1925. George Grosz.