El Café Muerto

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , , ,


Para leer es obligatorio escuchar Time on My Hands - Billie Holiday

"No se escucha, se siente. La muerte es muy parecida a un parpadeo." -D. 


Entre el café hirviendo y el frío de la madrugada sólo se interponía su cuerpo, y temblaba. La cobija era un intento inútil de engañar al clima. Debía ser la temporada. En algún momento tocarían a la puerta, deslizarían el correo por debajo y quizás algún diario. Tocarían, deslizarían. Ellos, los de afuera, los que no tenían acceso a su universo privado. El universo consistía en un par de sillas con los cojines roídos, el tocadiscos y el colchón, la estufilla y el baño. Sería él acaso el de afuera, el que no tenía acceso al universo común a todos los habitantes de los otros universos del edificio. Su ático, su universo. El edificio, el vacío.
Mirar hacia el vacío por la madrugada le cocía los ojos. El sol desperezándose entre las sábanas tendidas en las otras azoteas, y las mariposas heladas caminándole por la piel que sobresalía del cobertor. Disfrutar el frío de la mañana era necesario ya que el resto del día parecería un horno y se vería obligado a vagar por las calles en busca de algún conocido que le invitase una copa, un cigarrillo, un abrazo. Hacía tanto que no sentía el calor de un abrazo. El café se había derramado en la estufa.
Se acomodó en el balcón que miraba hacia el vacío contiguo. En una de las ventanas podía admirarse perfectamente el cuerpo de su vecina bailando al ritmo de música vieja, tan contrastante. Su vecina la loca, sumida en el vacío luminoso dentro del cual  le sorprendió mirando. No se asustó, no le maldijo, sólo le miró. Le dijo de manera transparente lo que haría en el día, lo que haría toda su vida y toda su muerte, el diálogo constantemente entrecortado por unos milisegundos de negrura.
Por la noche quizás se vería a los amigos de la vecina loca pasearse por el universo, tarareando las mismas melodías de antaño, chocando copas sin espuma y aflorando dentaduras de lo lindo. Qué asqueroso le parecía el espectáculo. La vecina se hallaba mejor sola con su locura.
En algún momento tocarían la puerta. Pero se equivocaba, nadie laboraba. Fue a coger otra taza de café, medio vivo y medio muerto en la estufa. El ojo en la ventana, la mano en el cadáver y la boca saboreando el café. Cualquier cosa menos compartir velada con los amigos de la loca. A fin de cuentas nadie estaba loco.
Podría navajearse la cara para lucir presentable, comprar unas hierbas e ir a tocar a la puerta de la loca para invitarla a dar un paseo, sería lindo. Divagarían por allí un rato y luego, el café estaría listo. Se habría derramado, y en algún momento tocarían la puerta, dejarían el correo y quizás el diario. Ellos, los de afuera, los que no están locos.
Se acomodarían en el balcón mirando el vacío, sentirían que el vacío les regresa la mirada, que los engulle y los absorbe como el café muerto a las entrañas que gritan de hambre, y el café vivo los observaría observar que son observados. Su universo se contraería hasta formar una pequeña masa del tamaño de una pelotita de golf de color extraño, luego se la comerían y la vomitarían por los ojos. Disfrutarían del paseo de las mariposas heladas por la piel y luego las aplastarían entre los dos, pisándolas con amor, buscando entre la basura cósmica otras masas amorfas que comerse, océanos rojos o cigarrillos, sólo eso. Entonces el espacio entre espacios se achicó, y los dos universos se unieron, no hubo retroceso ni avance durante unos segundos. La respiración se hizo molesta, un choque eléctrico, estática y el conjunto de manos los jalaron hacia el centro. El café se había derramado en la estufa y los de afuera, los que no están locos, no lo entenderían jamás.

El Pecador

Author: Devendrah /


 "Lo que hacemos de propia mano por el bien de otros, a sus espaldas, es lo que resulta peor para ellos" -D.



Cuando encontró a su hijo en pleno acto se le subió el fuego a la cara, se le condensó el sentimiento y comenzó a precipitársele en cuanto corrió a la calle, se metió a la cantina y se bebió las botellas en dos tragos. Su hijo, su sangre, su heredero, la continuidad de su apellido, los nietos que no nacerían, las risas cruelees de la gente del pueblo, lo imposible que resultaría olvidar la imagen del primogénito entre sábanas pegajosas de sudor puramente masculino. Y las manos. Las manos de su niño enlazadas con las del otro en un abrazo  infame, impuro, imborrable. Una tela le rozó la pierna y lo inundó de perfume barato. Sintió caireles caer en su nuca y una voz le susurró.
-Cariño, no hay razón para llorar así cuando habemos Gracias aquí presentes.
Se dice que la verdad sale de los labios de un niño o de un ebrio y aquel hombre medio borracho de ira y de vino necesitaba un oído sobre el cual descargar su llanto verbal; el alcohol le ayudó a soltar la lengua y esa mujer escucharía.
-Encontré a mi hijo en la cama con otro hombre.
-¿Y eso te parece tan grave? Creo que tiene solución y es muy sencillo.
-¡No! ¡Mi hijo se quemará en las llamas del Infierno junto con los asesinos, violadores y herejes! Dios descargará Su ira en mi familia y en el alma de mi niño, que sufrirá por la eternidad para pagar su pecado.
-Algo duro, sobre todo para alguien de la misma sangre...
-¡Lo suficiente! Podría estangularlo, sacarle los ojos y cortarle esas manos sucias y sodomitas.
-Sería mejor que le cortaras la cabeza. Si predicas el amor al prójimo, la tolerancia y el perdón con tu doctrina ¿no podrías perdonar a tu propio hijo el ser diferente?
-Hay pecados para los que no existe penitencia suficiente.
-¿Y si sólo fuera una confusión adolescente? ¿Lo perdonarías?
-Podría hacerlo si se arrepintiera.
-Puedo ayudarte.
-¿Cómo? ¿Eres, acaso, Dios?
-No. Soy una mujer que ha logrado revertir lo que creen que Satán hace eterno.
-¡Eres un milagro hecho carne! ¿Me ayudarías a cambiar a mi hijo? Eres la única opción de que su alma no perezca en manos del Diablo. ¿Cuál será el precio?
-Lo haré por misericordia- sonrió.
Amó su sonrisa, tomó su mano y le agradeció desde el fondo de su corazón. Permaneció unas horas más en la cantina hablando con unn hombre que con la suficiente carga de alcohol le confesó que su hijo había pasado por lo mismo en algún momento pero, gracias a la mujer milagrosa, se había curado. Ahora era asiduo cliente de la viril cantina y ocupaba seguido el servicio de la mujer que lo salvó. Jamás podría agradecerle lo suficiente.
Suspiró, bebió el último trago y se tambaleó a casa.

No vio al pecador hasta después de algunas semanas. Sería por vergüenza, por rencor o cualquier otro motivo, pero el joven no había vuelto a casa y su madre no sabía el por qué. El padre permanecía sentado mirando el fuego extinguirse, pensando que si la mujer tenía éxito en la empresa, el alma de su hijo no se vería reducida a calidad de leña. Las lágrimas de su mujer parecíanle invisibles y volátiles, nada importaba como la salvación del alma, el temor a Dios.
Cuando el primogénito abrió la puerta, los ojos del padre se iluminaron en la búsqueda de la verdad en los del hijo. Tenía miedo, podía estallar su rabia al saber que nada había cambiado o podía romper en llanto al ver que su hijo solamente había tenido un desliz imbécil, típico de adolescente curioso.
-Padre, lo siento.
Cayó al suelo, de rodillas, y comenzó a sollozar.
-¡Hijo mío! ¡Hijo mío!
-Lo lamento mucho.
-¡Prométeme que no volverás a hacerlo! Promételo porque de ello depende si tu alma llega al Reino del Señor.
-Lo prometo.

Coincidiendo con la historia del hombre que solpó la lengua en la cantina, su hijo comenzó a frecuentar la cantina. Algunas mujeres, olorosas a colonia pútrida, con los labios marchitos pintados de rojo, insistían en llevarlo a una habitación, pero él se conservaba en su sitio hasta que llegaba la Gracia.
Tranquilo, su padre, lo dejaba y volvía al trabajo en el molino. Si seguía así, quizás algún día Dios lo perdonara. Cuando se casara y consumara su matrimonio, engendrara hijos, le diera al nieto su nombre y luego hiciera, con brazos fuertes, la casa, se sentiría realizado como padre.

Un día, al salir del trabajo, se encontró con un puñado de gente arremolinada en un callejón paralelo al de la cantina. Murmuraban cosas, discutían, pero la mayoría compartía un semblante perplejo y de asco, como si hubiera muerto allí un hombre con cabeza de caballo.
-¿Qué sucede?- preguntó a uno de los hombres que conocía
-Al parecer asesinaron a la Gracia
Sintió claramente cada una de las vueltas que dio su tripa estomacal hasta quedar hecha un nudo perfectísimo, pesado e inmóvil.
-...la Gracia. No, debe ser otra. No puede ser la Gracia- dijo con la voz en un hilo- ¿Por qué ella?
-Una de las chicas comenzó el chisme ayer. Dijo que la Gracia no era precisamente una "ella", que un día la había descubierto fajándose antes de comenzar el turno-
El nudo se volvió masa de vísceras y éstas, a su vez, en masacrado cadáver que se caía a pedazos.
-Eso es imposible- dijo el padre
-Al parecer no. No sólo mataron a la Gracia, si no a su compañero, hijo de un cliente frecuente de la cantina. Dicen que fue el dueño, enojado no sólo por enterarse del verdadero sexo de la Gracia, si no por tener en un cuarto a un par de..
No quiso escuchar el resto. Se abrió paso a empellones hasta llegar al centro de la  bola de gente. En el medio de todo yacían dos cuerpos cubiertos por una sábana sanguinolenta. Al instante, los murmullos se apagaron e hicieron espacio a un silencio hiriente. Dios no le daba la fuerza para levantar siquiera una esquina de la sábana. ¿Dónde estaba Dios?
-Dios, por favor, dame la fuerza. Sólo ahora, por favor- susurró
Acercó la mano temblorosa, creyendo saber lo que encontraría. Se equivocaba. Debajo del lienzo halló a la Gracia, la "mujer" que había prometido salvar a su hijo de las garras del Demonio y que finalmente lo había llevado de la mano hasta allí, deshecha en cortes profundos de carnicero. Y a su lado, su hijo molido a golpes, atestado por el martillo de Dios.
Miró al cielo, gritó una maldición y rompió a llorar abrazado al cuerpo de su hijo, sabiendo que intentando redimirlo, lo había enviado a las fauces de Satán, condenándose él mismo por no respetar los designios de Dios, interpretándolos como lo más vil y anti natural del mundo.

El Instante

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"Basura literaria. Desborde de algún río en alguna parte. A falta de luz y exceso de lluvia, vomito inspiración" -D.


La sábana se deslizó al borde de la cama suavemente susurrando la verdad de lo que acababa de acontecer hacía un siglo. Aire de lluvia entrando por la ventana, el incienso y sus cenizas suicidándose, exhalando un sabor a copal. El trueno, y el frío. El frío no existe adentro, y afuera se desdibuja marcando los poros y goteando almas que esperan la precipitación para bajar al mundo.
Miraba las almas caer en su brazo, llenar los árboles con su milenaria existencia. No lloraba Dios, ni se deshacía el cielo o las nubes, caían las almas con su gravedad volátil. Y mientras el agua lavaba su ira, se sabía liberado. El cigarro mojado agonizaba en la acera, los papeles importantes le configuraban una tumba de solemnidad tal que no se atrevió a levantarlos. Habían sido importantes subjetivamente. Miraba las almas caer en su brazo pensando en su propia precipitación cercana.
Se acercó a la ventana y lo miró. Los aviones de papel envolviéndolo como un santo empapado, la calle gris y sucia haciéndole justicia a su filosofía, y los ojos de los que critican fulminándolo desde los autos. Parecía embelesado con las gotas de lluvia proyectándose en su extremidad superior derecha.  Jamás levantó la vista hacia el cielo.
Le apuñalaron por la espalda unas pupilas fijas. Sintió el fuego recorrer su espina hasta el axis y luego bajar lentamente. Le escocían los ojos. Su perspectiva se volvió un único punto rodeado de ambiente negro, aire negro. La negrura le invadió la nariz, los oídos y los pulmones. Se ennegreció su alma y cayó al suelo.
El sujeto que cayó al suelo se hallaba inmóvil. Esperó en su ventana a que se levantara. No lo hizo, y dudó. Bajar las escaleras, recoger el cuerpo e intentar reanimarlo. Bajar las escaleras, mirar el cuerpo para asegurarse de que estuviera vivo, volver. Bajar las escaleras, arrepentirse, subir. Quedarse allí. Esperar a que otro tipo se parara debajo de la ventana para asesinarlo.
En los últimos instantes que pudo respirar supo que no fueron las almas las que lo mataron, ni Dios, ni las nubes. Fue la presencia en la ventana de la casa abandonada, el espíritu que esperaba eternamente al Tiempo.

Imagen: Les Feuilles Morts. Remedios Varo.


Las Fibras y el Beso

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"No es una obsesión. Es un amor perseverante" -X.


Se iría a la guerra para volver y casarse con ella. Así que su prometida escuchaba incansablemente las noticias. Leía los periódicos diario, buscaba su nombre entre los muertos, observaba las fotos por horas esperando no encontrar su imagen yerta entre los restos de las barricadas.
No era fea, e innumerables pretendientes en su debida labor, pretendieron hacerla desistir de la espera. No. Aguardaría hasta que él volviera del frente, era Su Hans, el mismo que se enlistó por voluntad propia, por amor a ella y a su patria.
-Nos casaremos y viviremos juntos en esa casa que tanto te gusta. Tendremos tres niños corriendo en el jardín y seremos felices hasta la muerte. No llores, volveré.

La promesa le obsesionó. Sus palabras de despedida le daban aliento para seguir, para negar todo contacto con el género masculino. Se casaría sabiendo que ningún otro jamás rozó siquiera su mano. Sus labios permanecerían inmaculados, le pertenecían a él. Cuando regresara, él sería eternamente suyo y ella de él. Se casarían, sí señor. Que nadie osara acercársele porque cada cabello, cada fibra de su ser pertenecía a él, y viceversa. Eran incapaces de traicionarse, eran exclusivos el uno para el otro. No había para ella más mundo que Su Hans. Su Hans y el mundo, en ese orden. Su Hans y la guerra, la familia, el alimento y el agua, en ese orden. Hans. Hans. Hans y la vida. Todo en estricto orden jerárquico. Era la promesa. La promesa y la perdición. La obsesión, el amor desmedido, estúpido, con cada fibra de su ser.
Las nubes mutaban y formaban Su rostro, la sopa y la televisión le gritaban Su nombre. Cualquier otro hombre le causaba disgusto. Cualquier otra persona estremecía de asco sus fibras. Se aisló.
Cerró ventanas y puertas dejando un hueco para recibir el diario. Nadie debía verla, Hans debía encontrarla tal y como la dejó, lista para casarse, intocable, eterna. Sí. Se volverían eternos ella y él, níveos espíritus unidos con el más sagrado lazo de fidelidad inexorable. La fidelidad tan corpórea como sus propios cuerpos, el amor tan presente como su fe en el otro.  Sus cadáveres no serían exhumados como aquéllos de los impuros que desean lavar el pecado y la traición de su carne fibrosa. Serían ciudadanos de la virtud. Alcanzarían la perfección conyugal, la perfección en la crianza de los hijos, la perfección de la muerte.
Hans volvería de la guerra y se casarían. Le amaría con cada fibra de su ser. No, de su alma. No, del universo.

Pasaron varios meses y un día, en el momento exacto, la guerra llegó a su fin. En todos los rincones se propagó la buena nueva, en todos lados los periodistas tomaban fotografías que, más tarde, serían parte de la historia y quedarían grabadas en la memoria, incluso en la de aquéllos que no las verían como presente, si no como pasado.
Y en algún lugar se tomó una fotografía que daría la vuelta al mundo. Aquélla de un soldado eufórico que besó, en su emoción repentina, a una enfermera. ¡La guerra parecía haber terminado con la fotografía que resumía en sí mil y un emociones, mil y un palabras! La foto prodigiosa era la síntesis del sentir del planeta entero, de la humanidad. ¡La guerra había terminado!
Sí. La guerra había terminado y en algún lugar no muy alejado, la fervorosa prometida de un soldado salía empapada del baño con el firme propósito de revisar las noticias para divisar, apenas abrirlo, La foto en el periódico. Al instante, toda fibra de su ser perdió el control y resbaló.



"Cuento cursi con final típico, predecible. Anonimato hasta encontrar la motivación." -X.

Nocturno. Op. 1

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"D. ha muerto, y tú la has matado" -X.



No hay sueño. Escrito con gusto y sazón de estofado insípido, inmóvil en su grasiento asiento. Gastritis inminente a causa del picante y el sebo.
Previas acotaciones. Nadie las esperaba al momento de las preguntas capciosas. En el entretiempo, una botana.
Los efectos del alcohol ignoran su trayecto imbécil, todo el tiempo a la vanguardia. Preguntas indiscretas recién salidas de la nevera del subconsciente irónico, colérico. Abre el paraguas ante la lluvia del interrogatorio. Sabe que nada es cierto.
Siempre el mismo sonido del estómago vacío, las tripas reacomodándose en un organismo putrefacto y desmejorado por el vicio de vivir y la obstinación por avejentarse sin remedio, nada de inmortalidad.
Complejo de Narciso, se plantó en una maceta y se hizo regar para ver si crecían mas de él. El esqueje no funcionó y caducó en medio del lodazal de su decepción.
La lozanía se ha ido.
No hay sueño.

El Testimonio

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

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Conversación que escuché hace poco tiempo. 
Tiene 67 años y daño pulmonar casi total. No sé qué pensar




¿Lo escuchas? Así como hace ese ruido de allá afuera, también hace la chunche esta. Todo el día escuchándolo. Hace rato trajeron el otro tanque de oxígeno. Dice el Güero que no quiere que me tengan conectada al chiquito, que ése es una porquería, que quiere que esté siempre en el grandote, sí el de la luz, porque el oxígeno es.. ¿qué era, Gloria? Ah, sí. Quesque más puro. Sí, y la Eri me trajo mi libro ayer. Uno de los presidentes, de las esposas, la vida de las parejas. Me dijo "Sí, señora, le iba a prestar el mío pero ahora que ya estoy ganando mejor dinero, mejor le compré uno para que lo leyera con calma" y además me trajo un agua que de mar o algo así, porque con el tubo este se reseca la nariz, salen costras. ¡Ay! ¡Mijo, cuidado! Me ahorcas. Cuidado cuando pases, te enredas con el tubo y te llevas mi nariz.
Maldita cosa. Me seca la nariz y además hace ruido, condenado tanque.
El Chato habló en la mañana, me dijo que venía en cuanto podía. Yo le dije que sí, me hace mucha falta verlo, hijo. Ya vinieron todos a verme, "todos tus hermanos. Aquí están todos mis pollitos". Sólo falta él para que estén todos mis pollitos. Y como le dije, para qué quiero que me anden operando si voy a durar unos cuatro meses. ¿Para qué quiero que abran la puerta ésa que quieren en mi cuarto? ¿Para los mesecitos que me quedan? Mejor aquí, que se me vaya la vida en mi sillón.
¿Lo oyes? ¿Sí lo oyes? Ya no aguanto el ruidero de ése aparato.
¡Gloria! ¡Gloria! Ya deja de trajinar, siéntate aquí. ¿Apachurrada? Ah, el sillón no deja sentar. Sí. En la mañana le da mucho sol y por eso esa niña le puso su sabanita, para que no me le coma el color. Me gustó mucho mi silloncito, ¿eh? Muchas gracias.
Sí, sí. He caminado poquito. Me agarran de los sobacos y me hacen dar la vuelta a la mesa. Sí, también he comido bien, hijo. Esta niña hace de comer muy rico. Y cuando ella no está, se queda el chef. Porque así se dice, el "chef". Cocina muy rico tu hermano, le heredó al papá. ¿Y tu viejo? Lo fueron a ver hoy, ¿verdad? ¿Cómo está? ¿Está peor que yo? Qué bueno. Ah, tampoco puede caminar bien. Yo tampoco. ¿Sigue fumando? Sí, me imagino. Ese viejo y sus vicios.
¿Oyes el ruido? No. No es el aparato, ahora es otra cosa.
Le decía al Chato hoy que me habló, "Ya no fumes hijo, ya no fumes si no te quieres morir a pedacitos." Y me dice que ya le contó el Güero que estoy muy delicada, que estoy muy grave, que tiene que venir a verme.
Y le sigo diciendo "..no fumes si no te quieres morir a pedacitos, hijo. Y ven a verme. No sea que cuando vengas ya no esté. Ya me queda poquito, poquitito tiempo. Y cuando vengas tu madre ya no va a estar".
Me la vivo el dia en el sillón. Me dijo la Eri que su suegro se la vivió cuarenta años en su sillón, igual que yo. Viendo la tele, leyendo. Lo que más me molesta es cuando no te puedes bañar solo en el hospital, cuando no puedes levantarte a ir al baño. Y le rogaba a la gorda "Ya báñame" y me decía "No es hora todavía de los baños" y me daba la medicina. Y le volvía a insistir "Ándale, no me importa. Báñame sólo a mi, y luego andas bañando gente. Ya huelo a orines". Y cambiaban el pañal. Un pañal, para mi ¿te imaginas? Pero cuando ya no alcanzas a llegar al baño, no hay de otra, necesitas un pañal.
¡Hijo, hijo! ¿Escuchas? ¿Qué es eso? Eso no es el aparato. ¿Seguro?
Ya no me queda mucho, yo lo sé. No, es en serio, hijo. Sí lo digo, porque es la verdad. Ya siento que me ando muriendo cada que respiro. El Güero me dijo que no hable mucho porque gasto el poquito aire que me queda. Y yo le digo que voy a hablar lo que se me hinche la gana, es mi aire y si me muero, me voy a morir hablando. ¡Ay! Ay.. hijo... pásame la pastilla, me duele mucho. No aguanto.. me.. duele demasiado. Sí, Gloria.. Gloria, dame agua..
¿Lo oyes, hijo? ...¿Oyes el ruido? ...Yo sí lo escucho. Son pasos. Algo viene.


"La muerte es a veces tan tangible como el cuerpo que se lleva." -D.

Piedras

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"El hombre es una caña pensante" -Blaise Pascal




El hombre es una piedra, no pensante, a veces pensante. ¿Quién decidió que se le llamara hombre (humano) y no piedra? ¿Por qué esa arbitrariedad nominal, tan contraria al libre albedrío, a la libertad de expresión? Uno debería ser capaz y libre de cambiar su nombre (socialmente necesario) a Piedra. Sería una sociedad más equitativa si todos tuviésemos el mismo nombre que merecemos, Piedra. Piedra González, Piedra Pérez, Piedra del Valle, Piedra Moreno, Piedra Kahlo, Piedralí, Piedra Marx, Piedra Kundera.
Es un sencillo revoltijo de minerales, envuelto en una capa dura que le sirve de protección, a veces.
La gota horada la piedra, y se desgasta poco a poco, como el ser. Algunos le llaman evolución, otros pensamos que es un intento de pulirse con el tiempo, como el mar talla los cristales abandonados a sus orillas, así son tallados los humanos.Y las circunstancias son el agua. Nos golpean, mueven, pero no nos destruyen del todo. Nos sacan brillo, o nos opacan dependiendo del talco o el diamante que seamos. Las piedras, admirables, resistentes a los golpes de la vida dura que les toca vivir; ríen bajo el sol, bajo la lluvia y vuelan con el huracán sin oponer más resistencia que la que opone un cuerpo cualquiera.
Una piedra puede ser grande, pequeña, y siempre será una piedra. Dura, pesada a su modo, y necesita de un suelo bajo sus ángulos. Aterrizajes en la luna, viajes al centro de la tierra, al fondo submarino, en globo, al interior de sí mismos, al interior de sus vecinos, y siempre estaremos de vuelta. Somos levemente pesados, pesadamente ligeros. Espiritualmente, moralmente, literalmente. (¿Cuándo comienza uno a darse cuenta de que el cuerpo se ha hecho tan ligero que pesa? ¿Nos lo grita el escritor de la novela?) Siempre pediremos a los demás que pongan los pies en la tierra, que sean realistas (¿Qué, quién, define la línea divisoria entre la realidad y la invención onírica?) y la tierra se halla debajo, sujetándonos siempre. Imposible permanecer suspendidos por mucho tiempo sobre el suelo, bajo el agua. Como las piedras.
Y es que a veces podemos ser tan insensibles como una piedra. Impenetrables. Coloridos, secos, frágiles. Como las piedras.
El hombre. El hombre no debería llamarse hombre, debería llamarse piedra.

La Censura Mata

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

¿Dónde quedaron las ganas de luchar? ¿Esas fuerzas que nos hicieron vomitar inconformidad, firmar tratados, planear una revolución? Esas fuerzas que nos hicieron desear el cambio ¿Dónde están? -D.



Se ha vendido el símbolo. El lábaro patrio se prostituyó, fue regalado en los festejos del Bicentenario y lo ahorcamos en las ventanas sin saber su historia, su por qué.
Que no importe si el mundo se voltea, si el crimen se organiza mientras el gobierno hace al revés, o si son gemelos, o si la derecha se une con la izquierda.
La bandera no es solamente un trozo de lienzo tricolor con una estampita en el centro, es la cara de todos enmedio de las otras miles de caras existentes en el mundo, diferentes colores, diferentes lienzos, escudos, idiomas.
Es una bandera que se tiñe de sangre no sólo cada vez que un político roba, asesina, encubre y miente al pueblo mientras sonríe a las cámaras con el pelo engomado; si no también cuando se amenaza a alguien que dice la verdad, por decirla. Cuando el maestro enseña lo que le dicen que enseñe, y no lo que sabe que debe enseñar. Cuando se contamina, cuando eres corrupto y aún así tienes la cara de criticar a los otros. Cuando dices que eres mexicano solamente porque lo dice tu acta, y crees que realmente tienes doscientos años de ser libre, aunque tengas apenas diecisiete. O dices que lo eres después de gritar "Viva México, cabrones" después de la voz de la falsedad en el estrado, bebes tequila y conduces medio ebrio. Cuando hablas sin saber. La bandera se tiñe de sangre cuando uno no hace lo que debe hacer.
 Pero la sangre se lava.
Deben para la opresión, los falsos símbolos del nacionalismo; la censura y la amenaza. Deben dejar de existir los pies en el cuello que recomiendan que te calles, y los que callan.
Aprendamos de nuestros hermanos, de la paz, de las ansias de cambio. Tomemos las calles con palabras, actos pacíficos. Tomemos las mentes haciéndolas razonar. ¡Que comience la libertad de expresión! ¡Que se abran los ojos que aún no despiertan!
¡Demos la cara! Que nuestra bandera deje de representarnos ahorcada en el asta sucia de una democracia dudosa, y que seamos nosotros quienes la representemos a ella.

Retazos de lo que fue, es y será por una Eternidad

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"Me gustaría que lloviese y ver la luna. No me gusta llorar viendo la luna. Pero me gustaría llorar si lloviese" -D.



 Nota: Favor de escuchar Cohen's Masterpiece al leer. 
http://www.youtube.com/watch?v=uDvrfPVxRdw&feature=related



Qué horrible se torna lo más hermoso al volver la vista hacia el punto de encuentro de dos llamas, y una ellas provoca la extinción de la suya propia. La colisión de ambas, tan limpia y seductora, tan enamorada. Y él observando, con el ardor en los párpados, la manzana atorada en la garganta, la boca llena de arena.

¿Por qué no matizarlo con llovizna y piano? 
                                                                  ¿Unos tragos encima, para aligerar la carga de lágrimas?
                                               ¿Hacerle reventar?

Se le antojaba el instante perfecto, sólo había algo de más: el otro. Sus dedos deslizando por la espalda erguida, envuelta en tela delgada, el cálido aliento de..

       ¿Qué hace allí? Su masoquismo es tal que le impide moverse,
cerrar los ojos,
        pensar en otra cosa,
                 aventarles un tomate.
¿Sigue ahí? 

¿Por qué nadie hace nada? ¿Por qué nadie le dice que de media vuelta,
que haga su mente navegar hacia otro espacio?
No hay nadie.

El resto de las personas delante, alrededor de él y ellos, han cesado de existir. 

Los pasos, las voces,

          todo ha enmudecido y

                    se ha visto reducido a un punto de luz en el que sobresale la pareja.


Un trueno.




                                                                     Más lluvia.




                 Obscuridad y lluvia. Y piano.




                                                                              El instante se ha ido. 



Su mente muda de cuerpo.






Todo ha terminado.



                                                          Son retazos de un espíritu mutilado.

   

Una disculpa de Papel de China

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: ,

"Para todo aquél que en algún tiempo, espacio o desgracia se sienta necesitado de una disculpa, existe una carta (sea o no dirigida a él o ella) en la que el ofensor la ofrece con el corazón entintado en lágrimas y una hoja sobre la cual duda (enviarla o no)" -D.




Quizás no le he ofendido, lector, y si así fuera de todos modos alguien lo habrá hecho y podría usted tomar estas palabras como aquéllas que esperaba escuchar, o al menos (si el ofensor fuera un poco más cobarde, como yo) leer.
Dispuestas en un formato poco romántico, poco personal, poco sentimental al ojo desnudo, las palabras que van fluyendo en este espacio blanco (o marrón, o negro, o el color que aprecien sus ventanales hacia el interior) no carecen de sentido ni destinatario (destinatarios), son una disculpa. Héla aquí desde el más hondo y recóndito recoveco de mis entrañas (de donde fue, sin duda, muy difícil arrancarla).






Prefiero ahorrarme toda clase de pretextos, falsedades y tradicionales frases. No podría decirte sin sentir malestar "no fue mi intención", "te prometo que ya no volverá a suceder" o, ¿por qué no?, "no quería lastimarte". Sé que muchos actos parecieron ser planeados con malicia y cierto sentido arácnido, y así fué. Alguno, por supuesto, lo fué. ¿Para qué negarlo? La cólera se apoderó de mi ser de una manera tan insensata que mi primera intención fue, efectivamente, hacerte el mayor daño posible. Sí, quería lastimarte. Y sin pensar mucho en las posibles consecuencias, hice lo que creí necesario a fin de asegurar mi felicidad egoísta.
Te he herido, quizás no tan hondamente como creo que lo hice, quizás más aún. Y el sentimiento de saberme un monstruo por haberte quitado algo que anhelabas, o por lo menos te hacía sonreír, hace que fluyan más y más amargas lágrimas y palabras, y culpa.

Puedo decirte sosteniéndote la mirada que no te he mentido en materias de asuntos mayores, sólo nimiedades del tipo "no traigo comida, dame de comer". Pero peor crimen que el de haberte ignorado no pude cometer. Parecer indiferente ante tus problemas es sólo eso, parecerlo. En la cabeza me rondan soluciones, asesinatos para aquél o aquélla que te hacer enfurecer o llorar, palabras de consuelo, y las tripas las retienen dentro de mi porque no saben comportarse en el momento, no saben qué decir.

Dije algo que no debía, no lo niego, no me alegro. El saber intimidades sobre alguien es como sostener una tela de araña entre los dedos, el tejido es tan delicado que un estornudo inoportuno lo desbarataría. ¡Qué ocurrencia comparar la indiscreción con un estornudo! Debo decir que hay dos vehículos para la indiscreción, el enojo y la distracción. Las palabras vuelan, desempacan sus maletas en los oídos y bajan a masacrar el corazón, luego subern a tomar un descanso en el cerebro para quedarse a vivir en las entrañas produciendo rencor. La lengua hiere de manera imperdonable.

Los ojos se me llenan de agua al escribirte esto, las manos me tiemblan y siento náuseas. ¿Acaso es tan difícil ofrecerte una disculpa? ¿Es tanto es remordimiento el que me impulsa? Quizás es la remembranza de lo ya hecho lo que me hace sentir mareo, lo que me tiene debajo del agua, ahogándome a sabiendas de tu dolor, enojo, sufrir, el epíteto que gustes tú ofrecerle al sentimiento que profesas. Me mata el saber que hice mal, me mata pensar que esta carta de disculpa volverá y se me pegará en la cara para asfixiarme, pero si algo me mata de angustia es pensar que no te tomarás el tiempo de leerla.
Perdón. Perdón por mis actos recién ennumerados. Te ofrezco (no te pido, tú no me has hecho nada) una disculpa moribunda entre mis dedos. Y la disculpa en sí no reside en el que todo sane por arte de magia y todo vuelva a ser como antes de que esto sucediera, si no en que poco a poco puedas recuperar la confianza que en mí tenías, el afecto, o por lo menos disminuya el odio que quizás sientes hacia mí. El perdón no es una cosa tan sencilla como hacen parecer, y todos sabemos lo horrible y hartante que resulta el saber que la persona que nos ofendió ni siquiera se inmuta y duerme tranquila. El perdón requiere de preparación mental, esfuerzo inhumano y un poco de cariño. Sin cariño previo a la ofensa, una disculpa carece de sentido, y por ende el perdón también. Te tenía (te tengo) cariño, y por ello te pido perdón. Un perdón por palabra te ofrezco, y un nudo atorado en la garganta cuando, después de leer esta carta, me mires y hagas ademán de decir algo.





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