Dos Cuartos

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , , ,

 "Carezco de optimismo. Carezco de muchas cosas, y... no me hacen falta. Me hacen falta las cosas de las que dispongo"  -D.




Hay una puerta frente a mi. Quizás hay más, pero no puedo verlo. El limitado haz de luz que emite el pedazo de madera reprime mis ansias de saber qué hay más allá de su protección luminosa.
Acostumbrada como estaba ya a la compañía de la gente, el axioma de que habría alguien a un kilómetro, dos o mil, me resulta extraño este sentimiento de soledad que aunque anhelado por bastante tiempo, experimentarlo ahora me hace sentir vacía.
Detesté la relación con la raza humana desde que tengo memoria y aún así su contacto me daba cierta seguridad. Antes de aparecer aquí peleaba con alguien. Sin asunto, nombre o rostro definidos. Antes de aparecer aquí maldije a la humanidad como jamás lo hice antes, até cabos y llegué a una conclusión. Después de razonarla parpadeé y me encontré frente a la puerta, rodeada de obsuridad, rodeada de... nada. Puede que el castigo de toda una vida resida en este espacio obscuro y mi penitencia será sentarme durante una eternidad frente a esta puerta blanca y quemarme los ojos con su fulgor mortecino. He intentado ya explorar la negrura que hay más allá de ésta pero descubrí que una vez lejos comenzaba a alucinar un poco pero sin perder el suelo. Suelo, ¿cómo saber si no estaba parada en el techo? ¿O quizás estaba acostada?
De un momento a otro mi vida cambió, o mi muerte. Momento, qué curiosa palabra. ¿Qué hago aquí? ¿Para qué estoy aquí? Me pregunto también si el tiempo existe aquí donde no hay gente muriendo y envejeciendo. Medimos el tiempo con el desgaste que observamos en los demás, en nosotros mismos, en las cosas. Aquí ha dejado de regir mi existencia si es que existo. Tiempo. Tiempo para todo; para pensar sobre una relación, tiempo para superar una pérdida, por pequeña que sea, tiempo para comer, para dormir, bañarse. ¿Qué esxtraño ser es éste que nos limita y rige con mano de hierro? Dejemos de lado al Dios que conocemos, al Buddah en el que algunos depositamos nuestra fe, al Alá de los desvelos de algunos, dejemos de lado todos los demás nombres sobre los cuales depositan algunos sus esperanzas. Olvidemos todo y dejemos solamente a algo a lo que hemos dotado de nombre pero no creemos haber dotado de vida, porque le tememos, le odiamos cuando parece acelerar su paso y desacelera sin previo aviso. El tiempo no suele ser benévolo cuando tenemos prisa, tampoco suele serlo cuando se está aburrido. Está vivo. Nos observa y es un dictador eterno que ha vivido y vivirá hasta que ponga, él mismo, fin a nuestra existencia. No hay candidatos a tomar su lugar, apañó su territorio y nos hizo sus súbditos de manera autoritaria.
Pero aquí el dictador está muerto. ¡Fiesta! No rige más mis desvelos y anhelos. No envejezco, no tengo hambre ni sueño. El único indicio de que quizás me deterioro es la pérdida de color, me vuelvo grisácea. Y me vuelvo loca. Necesito un contacto humano con quien intercambiar dos palabras, media palabra, para saber que no he perdido la voz. Los oídos me estallan de tanto silencio. Un zumbido, un crujido, espero cualquier cosa, pero no llega nada.

Pasa y pasa lo que intento llamar tiempo. Extraño su autoritarismo, su totalitarismo cruel y desgraciado, su mera presencia, y no vuelve. De pronto oigo susurros. Me acerco a la puerta y pego la oreja. ¡Sí! ¡Susurros! ¡Del otro lado de la puerta! Intento en vano romperla, abrirla. Grito hasta que creo que se me cansa la garganta, no sé si por el esfuerzo en vano o por tanto gritar. Escucho de nuevo. ¡Sí! ¡Es la voz de un hombre! No comprendo lo que dice pero poco importa. Comienzo a hablar por lo que siento que es una eternidad. Hablo, hablo, a veces río, a veces lloro. Por fin llego a un acuerdo conmigo misma: Derribar la puerta a cualquier precio. Detrás de ella se encuentra mi salvación. Paso todo el "tiempo" con la oreja pegada a la puerta y así comprendo por fin que mi amigo del otro lado tiene un cuchillo, se siente solo y tampoco le agrada el silencio.
Tengo un plan y decidí que ahora mismo derribaré la puerta. Mi amigo se ha desesperado y necesita contacto humano urgente. Susurra por un rato y, cuando ha terminado, le cuento el plan. Me pongo de pie e inhalo profundamente. Miro por la cerradura y sólo hay obscuridad. No hay más, abriré la puerta.
Me aferraré a mi única salvación. Nos acompañaremos juntos en esta eternidad obscura, pero nunca más silenciosa. Seremos dos, y le daremos vida o muerte a la negrura apartada de la puerta. Descubriremos juntos, a partir de ahora, qué hay más allá de ella y nos perderemos en la infinita extensión del abismo.
Respiro y grito con todas mis fuerzas: ¡Retírate! Me alejo de la seguridad luminosa para tomar impulso y corro. Pateo la puerta con todo mi peso y ésta cruje como si llorase. Pego la oreja al trozo de madera y lo que escucho me hiela. Gritos desesperados de mi amigo quien, en su propio encierro, piensa que jamás saldrá de allí. ¡Retírate! Grito de nuevo. Tomo impulso una vez más y pateo la puerta, que cruje de nuevo. Presto atención para distinguir cualquier sonido y de pronto parece haber desaparecido la barrera de madera. Escucho con toda claridad un ruido sordo. Algo metálico se hunde con un sonido chicloso y visceral. No puedo moverme por unos "segundos". Miro a través de la cerradura, tengo escalofríos. Mis ojos parecen separarse de mi cuerpo, atraviesan la puerta. Ahí está él, cayendo con un ruido sordo. Un charco de tinta le envuelve al igual que la misma obsuridad que yace tras de mi. Mi esperanza, mi salvación yace muerta delante de mis ojos. Lágrimas corren por mis mejillas. Mi única esperanza de vida, de continuidad, de cualquier cosa, se había ido. Se quitó la vida frente a mi. Me desvanezco y lloro acurrucada frente a la puerta. No sé cuánto pero sé por qué y cuando termino observo el abismo. Miro por última vez la puerta, con su luz blanca y emprendo el camino. La obscuridad engulléndome poco a poco, el silencio haciéndome estallar los tímpanos, y la puerta... la puerta fue perdiéndose de a poco, no miraré atrás.