La Deuda

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"Quizás he dejado deudas sin pagar, quizás las siga dejando, ya que mi alma no concibe mayor deuda que la de mi existencia y no sé a quién agradecer... ¿o culpar?" -D.




No era un restaurante elegante. Para elegancia hubiera ido al centro de la ciudad. Caminó, desgastó sus finos zapatos de piel y lució su carísimo traje de marca mientras caminaba por aquél lugar olvidado por la civilización y la belleza de la metrópoli. Un letrero de neón azul brillaba a medias sobre la entrada indicando el nombre y una carpa medio amarillenta medio negruzca cubría las puertas de aluminio.
La barra estaba casi vacía, pero las mesas estaban repletas. Muchos hombres y ninguna televisión encendida. Todos bebían algo, cerveza, whisky barato o por lo menos un café casi transparente. A pesar de tanta gente no se escuchaba el usual bullicio del comensal que habla mientras sorbe su bebida, sólo se escuchaba un leve murmullo que parecía lejano, no proveniente del mismo establecimiento. También lejano, el siseo de algo frito en la cocina y un lavaplatos que sonaba a carcacha maltrecha. En la radio Janis vociferaba sus deseos de un Mercedes y alguien tarareaba en la cocina.
Tomó asiento y esperó. Sus dedos tamborilearon el ritmo de un blues cósmico mientras esperaba que alguien le atendiera. Miró la fila de cucarachas recorrer el largo del lugar sobre un piso grisáceo. Al levantar lentamente la mirada vio unas largas piernas femeninas totalmente desnudas a excepción de la falda azul y el delantal blanco. Miró el reloj, las cinco de la tarde.
-¿Qué desea?- preguntó ella con la voz más dulce que había escuchado en su vida entera
Él no respondió. Por un instante sus ojos quedaron fijos en los de ella, sintió su respirar, su suave tacto.
-La deseo a usted- dijo casi  mecánicamente y luego se arrepintió. Los ojos de ella se abrieron con sorpresa antes de que diera media vuelta y se alejara rápidamente.
Confuso por su propia respuesta, apoyó los codos sobre la superficie encerada de la barra. ¿Era él? ¿Qué extraña fuerza le poseyó para echar a perder... cualquier cosa? Maldita sea.
-¡Señorita! Un café por favor- gritó desde su lugar.
No estaba ebrio, ni siquiera había probado alcohol en los últimos meses. Encendió un cigarrillo, quizás la chica volvería y le daría el café sin decir palabra, sin mirarle a los ojos. Quizás estaba acostumbrada, quizás lo había...
Esperó. Tamborileó una melodía que transmitía la radio mientras miraba la fila de cucarachas en el piso mugroso lleno de manchas de infinitos derrames de comida. Al levantar lentamente la mirada vio unas largas piernas femeninas totalmente desnudas a excepción de la falda azul y el delantal blanco.
-¿Qué desea?- preguntó ella con la voz más dulce que había escuchado en su vida entera.
Guardó silencio unos momentos, miró sus hermosos ojos. Sintió su respirar, su tacto. Le imaginó caminando de su brazo por una eterna calle escoltada de faroles nevados.
-Un café- dijo con aire soberbio, y luego se arrepintió. Los ojos de ella le observaron sin emoción alguna antes de que diera media vuelta y se alejara rápidamente.
Confuso por su propia respuesta, apoyó los codos sobre la superficie encerada de la barra. ¿Era él? Siempre pensó que la peor manera de intentar conquistar a una mujer era dándose aires de grandeza. Ahora se preguntaba por qué lo había hecho. Encendió un cigarrillo, quizás ella volvería y le daría el café indiferente. Quizás estaba acostumbrada a que la intentaran seducir de una manera estúpida como esa, quizás...
Esperó. Tamborileó una melodía que transmitía la radio mientras miraba la fila de cucarachas en el piso mugroso lleno de manchas de infinitos derrames de comida. Al levantar lentamente la mirada vio unas largas piernas femeninas totalmente desnudas a excepción de la falda azul y el delantal blanco. Miró el reloj, las cinco de la tarde.
-¿Qué desea?- preguntó ella con la voz más dulce que había escuchado en su vida entera.
Parpadeó un par de veces y reflexionó. Esto le había sucedido antes, la pregunta le parecía familiar, aquélla mujer le parecía familiar, el restaurante incluso le parecía familiar. Se sintió mareado. Cerró los ojos por un momento ¿Qué estaba sucediendo? Sintió que si abría los ojos un segundo antes de lo previsto se encontraría parado en el techo... bebiendo de nuevo. ¡La bebida! No. Hacía meses que no bebía. ¿El cigarro? ¿De dónde había sacado el cigarrillo, en primer lugar? La calle. Iba caminando por la calle y ¿una anciana? ¿una niña? se le acercó vendiendo e implorando por dinero para comer. ¿Le compró cigarros? No. Una tienda, en el camino hacia el lugar en el que estaba, una mujer con tubos en la cabeza le dió los cigarros. ¿Verdes? Nunca compraba verdes. Abrió los ojos y miró el café humeante sobre la barra. Miró su reloj, las cinco de la tarde.
Sintió la mirada de alguien en la nuca, esa sensación incómoda que provoca escalofríos. Volteó y no había nadie en el lugar, estaba desierto, y sin embargo seguía escuchando el murmullo de la gente que come entremezclado con el choque de cubiertos y movimiento de sillas. Miró de nuevo su café. Se sumergió en las profundidades de la taza mugrienta. Ni siquiera le gustaba el café. Quizás su subconsciente lo pidió por él, quizás estaba soñando. Lo bebió de un trago sintiendo el líquido quemarle la garganta y lentamente descender hasta su estómago. Maldijo su gastritis. No podía estar soñando a aquélla hermosa persona.
Al levantar lentamente la mirada vio las largas piernas con falda azul y delantal blanco. Miró el reloj, las cinco de la tarde.
-¿Cuánto le debo?
-Demasiado como para haber consumido café- dijo ella, con la mirada en la cuenta
-¿Cuánto?
Le dio el papel. Sus ojos se abrieron con sorpresa al leer su nombre y el número infinito de cafés que había bebido. Tenía una cuenta abierta en aquél lugar, debía bastante.
-No traigo conmigo tanto dinero- dijo finalmente
Ella le miró pidiendo otro tipo de respuesta.
-No sé qué gustaría que dejara yo aquí mientras voy por el dinero necesario para saldar la cuenta-
Le miró ella inquisitivamente. "Dí algo más... Lo quieres, lo debes decir"
-Bonita deuda la que me ha venido usted a entregar...
¿Qué más podía decir? ¿Algo que sonara seductor pero no patético? No se le ocurría nada mejor, ella esperaba. Una palabra podía bastar para arruinar el momento o para llevarlos a ambos a un espiral en el que él dejaría salir por completo su pasión por el género femenino.
Sintió su tacto, su respiración. Miró de reojo su reloj, las cinco de la tarde, aún había bastante tiempo para una conquista rápida. Parpadeó y se encontró en el techo, viéndose a si mismo besarla. Comenzaba a oscurecer y las únicas luces encendidas eran las que colgaban sobre la barra, dándole un aire de intimidad amarillenta a la situación. Tiraron los pocos vasos sucios y cubiertos que había sobre la barra encerada y se entregaron. Había oscurecido, y él seguía siendo expectador ausente de su propio amorío. La amaba, sentía su respiración en la piel, los cabellos erizársele, sentía la energía fluyendo entre ambos, pero no estaba allí. Su cuerpo estaba abajo, sintiendo nada. Él estaba en el techo, experimentando todo con la vista. Su peor pesadilla. Cerró los ojos mientras dejaba caer una lágrima sobre una de las mesas que seguían atadas al suelo. Al abrirlos pudo ver los cristalinos iris de la mujer de la falda azul y el delantal blanco. Sus manos sentían las largas piernas y su boca saboreaba la cereza de sus labios.
Se acercó un poco y, después de darle un largo beso, le susurró en la oreja las palabras que jamás había pronunciado a una mujer.
-Te amo
Ella le miró largamente.
-No hagas esto por la deuda.
-Te amo- le susurró de nuevo -La deuda puede ser eterna si lo gustas-
Cubrió sus ojos con una mano y con la otra le apuñaló por la espalda al tiempo que murmuraba
-Será eterna. Yo también.
La barra estaba casi vacía, pero las mesas estaban repletas. Muchos hombres con deudas  Todos bebían algo, cerveza, whisky barato o por lo menos un café casi transparente. A pesar de tanta gente no se escuchaba el usual bullicio del comensal que habla mientras sorbe su bebida, sólo se escuchaba un leve murmullo que parecía lejano, y sin embargo pudo distinguir entre muchas voces una sola que expresaba su sentir, el sentir de todos los cautivos.
"...uno de tantos, ayer le vi entrar e irradiaba vitalidad. Nuestra deuda es eterna"
Tomó asiento y esperó. Sus dedos tamborilearon el ritmo de un blues cósmico mientras esperaba que alguien le atendiera. Miró la fila de cucarachas recorrer el largo del lugar sobre un piso grisáceo. Al levantar lentamente la mirada vio unas largas piernas femeninas totalmente desnudas a excepción de la falda azul y el delantal blanco.
-Qué bueno que ha vuelto- dijo ella, tratándolo con familiaridad- Su deuda sigue pendiente.
Miró su reloj, las cinco de la tarde.

Levitaciones y tiempo

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"La inspiración se prostituye a veces a muy bajo precio, también hay veces en que se larga sin cobrar" -D.




Quizás nunca despertó del sueño en el que se sumió. Quizás descubrió la infinidad de estrellas que habitaban dentro de su manga. Pero tal vez tan sólo miró al cielo y sintió su cuerpo elevarse por entre las nubes, el aire rozar su cara y sus pies desnudos. Vió su vida pasar, también árboles y pájaros debajo de él. No era una ascención al paraíso, probablemente caería de golpe en cualquier momento y sentiría los carbones ardientes chamuscar su piel. ¿Su piel? ¿Su espíritu? ¿Tan sólo su carne? Nada. Un respiro, un último suspiro. Un chasquido, el recuerdo de un destino. Había brincado al abismo, se había arrojado hacia aquel ente oscuro que le engulliría masticándolo y rompiéndolo en pedacitos. Sin mirarlo, ni siquiera se daría el lujo de saborearle, sentir su pequeño cuerpecito estrellarse contra los dientes en su fondo. ¿Para qué? ¿Qué le haría merecedor de tan bella concesión?
Recordaba aquella mirada azul mientras caía entre obscuridad. La tersa piel, el sedoso cabello y el sarcasmo cortante. Oh, qué bella se le figuraba ahora toda su presencia, toda ella. Era la encarnación de su pensamiento, la viva imagen de las pinturas que había hecho sin conocerla, la sutil mezcla de defectos y virudes que, a su parecer, conformaban la perfección. Y se la habían robado.
¿Qué habría al final de su caída? Piedras, pasto, agua quizás, en el peor de los casos. Se había arrojado casi sin quererlo. Con los ojos cerrados y la espalda hacia el vacío. Sintió cómo el aire le había empujado suavemente con su mano de seda.

Y abrió los ojos. No era la mano de seda  de una brisa tenue y sutil lo que le había empujado desde la orilla. Sus ojos brillaron con aquél fulgor azul que tanto amó. La piel se veía más blanca a la luz de la luna y sus negros cabellos volaban como murciélagos alrededor de ella. Vorágine, vértigo al caer de espaldas. Ahora sentía miedo a la muerte. No se estaba suicidando. No había sido una decisión suya el caer de espaldas hacia el abismo, su alma seguía parada junto a ella, observándole bajar flotando como una pluma por entre las rocas salientes. Esperaba estupefacta su final, le miraba y ondeaba un pañuelo blanco como despedida. Ya estaba demasiado lejos ¿Cuánto tiempo llevaba cayendo? No podía ver si lloraba siquiera. Su visión se había tornado borrosa y ella parecía un punto blanco que se alejaba entre imágenes de infancia y pubertad infelices que sucedieron al cuadro de su cuerpo en un ataúd de roca.
Déjate caer. El viento le sumía con su dulce mano de seda, cerró los ojos de nuevo. Lloró. ¿Cuánto tiempo llevaba cayendo? Su amada le mataba después de mil y un caprichos concedidos, uno de ellos asistir a la ceremonia pagana de Luna Llena en que se hayaba cómoda. Traicionó su vida pasada, traicionó su porvenir. Llenó su cuerpo de excesos por ella, tatuó en su alma un símbolo de fidelidad hacia su esbelta figura y sarcasmo constante. Vivió como jamás planeó vivir, como jamás fue su sueño hacerlo. Sacrificó cualquier comodidad occidental, terrenal para vivir con ella, como ella. No fue correspondido tal sacrificio y ahora se hallaba cayendo por un túnel de obscuridad infinita, ¿cómo saber que era un túnel?, de extensión desconocida. Vivía la definición de la palabra infinito, sentíase capaz de plasmar la sensación para transmitirla a la humanidad. ¡Oh, gente banal que ha vivido en un engaño por milenios! ¡Error fatal el de un diccionario al encasillar algo tan enorme e indescriptible como el infinito en unas cuántas líneas! ¡Error fatal el de los humanos al definir cualquier cosa en meras palabras, símbolos carentes de valor alguno! Apretó los párpados y los puños, clavándose las uñas. Sintió correr un líquido que le salpicó los pies desnudos. Estaba cayendo, no puede algo escurrirle y mojarle los pies.
Abrió los ojos y se encontró parado al borde de la cornisa. Su equilibrio comenzaba a fallar y tuvo que dar un paso hacia atrás. No había viento, la hierba no se movía. Miró al cielo y pudo ver un cuervo detenido en pleno vuelo. ¿Qué sucedía? El aire no circulaba por sus pulmones y sin embargo no se sentía asfixiar. El infinito por el cual caía dejó de empujarle hacia abajo, no había nada que le retuviera en aquélla sensación ¿O lo había todo? El equilibrio no debía romperse. La total existencia está basada en un equilibrio invisible y autómata. Quizás estaba ya tan pegado a la tierra que... Si él estaba allí, parado en la orilla del precipicio, ¿Quién caía?
Dio un paso hacia adelante y miró a lo que esperaba fuera obscuridad. En un ángulo agudo se encontraba cayendo su amada joven de la piel de leche, ojos de cielo y cabellos negros. Los brazos extendidos, pero no como cualquier persona a punto de caer, intentando aferrarse al ser que le empujó; sus brazos tenían una gracia elegante y resignada. Parecía disfrutar sus últimos segundos atada a la tierra, bailar hacia el infinito. Quizás... había descubierto su engaño y se privó de cualquier sentido. Al privarse se detiene el flujo del tiempo y el sonido ¿Sucedió? Parpadeó. La cara le sonrió y el tiempo decidió continuar con su curso normal. Fue un arranque inesperado, insensato, agresivo. Cayó como recuperando los momentos en que estuvo estática.
Quizás nunca despertó del sueño en el que se sumió. Quizás descubrió la infinidad de estrellas que habitaban dentro de su manga. Pero tal vez tan sólo miró al cielo y sintió su cuerpo elevarse por entre las nubes, el aire rozar su cara y sus pies desnudos. Recordaba aquella mirada azul que se sumía en obscuridad. La tersa piel, el sedoso cabello y el sarcasmo cortante. Dio un paso al frente, pero sintió cómo el aire le había empujado con su tersa mano de seda.




"Déjate caer. La Tierra es al revés. La sangre es amarilla, déjate caer..."