Retazos de lo que fue, es y será por una Eternidad

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: , ,

"Me gustaría que lloviese y ver la luna. No me gusta llorar viendo la luna. Pero me gustaría llorar si lloviese" -D.



 Nota: Favor de escuchar Cohen's Masterpiece al leer. 
http://www.youtube.com/watch?v=uDvrfPVxRdw&feature=related



Qué horrible se torna lo más hermoso al volver la vista hacia el punto de encuentro de dos llamas, y una ellas provoca la extinción de la suya propia. La colisión de ambas, tan limpia y seductora, tan enamorada. Y él observando, con el ardor en los párpados, la manzana atorada en la garganta, la boca llena de arena.

¿Por qué no matizarlo con llovizna y piano? 
                                                                  ¿Unos tragos encima, para aligerar la carga de lágrimas?
                                               ¿Hacerle reventar?

Se le antojaba el instante perfecto, sólo había algo de más: el otro. Sus dedos deslizando por la espalda erguida, envuelta en tela delgada, el cálido aliento de..

       ¿Qué hace allí? Su masoquismo es tal que le impide moverse,
cerrar los ojos,
        pensar en otra cosa,
                 aventarles un tomate.
¿Sigue ahí? 

¿Por qué nadie hace nada? ¿Por qué nadie le dice que de media vuelta,
que haga su mente navegar hacia otro espacio?
No hay nadie.

El resto de las personas delante, alrededor de él y ellos, han cesado de existir. 

Los pasos, las voces,

          todo ha enmudecido y

                    se ha visto reducido a un punto de luz en el que sobresale la pareja.


Un trueno.




                                                                     Más lluvia.




                 Obscuridad y lluvia. Y piano.




                                                                              El instante se ha ido. 



Su mente muda de cuerpo.






Todo ha terminado.



                                                          Son retazos de un espíritu mutilado.

   

Una disculpa de Papel de China

Author: Devendrah / Pequeñas memorias: ,

"Para todo aquél que en algún tiempo, espacio o desgracia se sienta necesitado de una disculpa, existe una carta (sea o no dirigida a él o ella) en la que el ofensor la ofrece con el corazón entintado en lágrimas y una hoja sobre la cual duda (enviarla o no)" -D.




Quizás no le he ofendido, lector, y si así fuera de todos modos alguien lo habrá hecho y podría usted tomar estas palabras como aquéllas que esperaba escuchar, o al menos (si el ofensor fuera un poco más cobarde, como yo) leer.
Dispuestas en un formato poco romántico, poco personal, poco sentimental al ojo desnudo, las palabras que van fluyendo en este espacio blanco (o marrón, o negro, o el color que aprecien sus ventanales hacia el interior) no carecen de sentido ni destinatario (destinatarios), son una disculpa. Héla aquí desde el más hondo y recóndito recoveco de mis entrañas (de donde fue, sin duda, muy difícil arrancarla).






Prefiero ahorrarme toda clase de pretextos, falsedades y tradicionales frases. No podría decirte sin sentir malestar "no fue mi intención", "te prometo que ya no volverá a suceder" o, ¿por qué no?, "no quería lastimarte". Sé que muchos actos parecieron ser planeados con malicia y cierto sentido arácnido, y así fué. Alguno, por supuesto, lo fué. ¿Para qué negarlo? La cólera se apoderó de mi ser de una manera tan insensata que mi primera intención fue, efectivamente, hacerte el mayor daño posible. Sí, quería lastimarte. Y sin pensar mucho en las posibles consecuencias, hice lo que creí necesario a fin de asegurar mi felicidad egoísta.
Te he herido, quizás no tan hondamente como creo que lo hice, quizás más aún. Y el sentimiento de saberme un monstruo por haberte quitado algo que anhelabas, o por lo menos te hacía sonreír, hace que fluyan más y más amargas lágrimas y palabras, y culpa.

Puedo decirte sosteniéndote la mirada que no te he mentido en materias de asuntos mayores, sólo nimiedades del tipo "no traigo comida, dame de comer". Pero peor crimen que el de haberte ignorado no pude cometer. Parecer indiferente ante tus problemas es sólo eso, parecerlo. En la cabeza me rondan soluciones, asesinatos para aquél o aquélla que te hacer enfurecer o llorar, palabras de consuelo, y las tripas las retienen dentro de mi porque no saben comportarse en el momento, no saben qué decir.

Dije algo que no debía, no lo niego, no me alegro. El saber intimidades sobre alguien es como sostener una tela de araña entre los dedos, el tejido es tan delicado que un estornudo inoportuno lo desbarataría. ¡Qué ocurrencia comparar la indiscreción con un estornudo! Debo decir que hay dos vehículos para la indiscreción, el enojo y la distracción. Las palabras vuelan, desempacan sus maletas en los oídos y bajan a masacrar el corazón, luego subern a tomar un descanso en el cerebro para quedarse a vivir en las entrañas produciendo rencor. La lengua hiere de manera imperdonable.

Los ojos se me llenan de agua al escribirte esto, las manos me tiemblan y siento náuseas. ¿Acaso es tan difícil ofrecerte una disculpa? ¿Es tanto es remordimiento el que me impulsa? Quizás es la remembranza de lo ya hecho lo que me hace sentir mareo, lo que me tiene debajo del agua, ahogándome a sabiendas de tu dolor, enojo, sufrir, el epíteto que gustes tú ofrecerle al sentimiento que profesas. Me mata el saber que hice mal, me mata pensar que esta carta de disculpa volverá y se me pegará en la cara para asfixiarme, pero si algo me mata de angustia es pensar que no te tomarás el tiempo de leerla.
Perdón. Perdón por mis actos recién ennumerados. Te ofrezco (no te pido, tú no me has hecho nada) una disculpa moribunda entre mis dedos. Y la disculpa en sí no reside en el que todo sane por arte de magia y todo vuelva a ser como antes de que esto sucediera, si no en que poco a poco puedas recuperar la confianza que en mí tenías, el afecto, o por lo menos disminuya el odio que quizás sientes hacia mí. El perdón no es una cosa tan sencilla como hacen parecer, y todos sabemos lo horrible y hartante que resulta el saber que la persona que nos ofendió ni siquiera se inmuta y duerme tranquila. El perdón requiere de preparación mental, esfuerzo inhumano y un poco de cariño. Sin cariño previo a la ofensa, una disculpa carece de sentido, y por ende el perdón también. Te tenía (te tengo) cariño, y por ello te pido perdón. Un perdón por palabra te ofrezco, y un nudo atorado en la garganta cuando, después de leer esta carta, me mires y hagas ademán de decir algo.





(...)